Desde el principio de los tiempos, el hombre busca refugio, es su necesidad prioritaria. Esta necesidad ha ido cambiando a lo largo de la historia, adaptándose a las épocas, a los lugares, a su clima y a otras circunstancias.
Lo que me interesa destacar es que la mencionada necesidad
sigue estando vigente en el siglo XXI, y si bien es cierto,
que habiendo cambiado el concepto de morada, sigue
siendo una de las necesidades básicas del hombre.
Las casas, las viviendas y sus “agrupaciones y
disposiciones” también han ido evolucionando a lo largo del tiempo, desde las
cuevas, pasando por las tiendas de los nómadas, las posteriores aldeas y
pequeñas poblaciones. De manera que aparecen, al “agruparse”, nuevas
necesidades que dichas “agrupaciones” generan en función de sus dimensiones y
localizaciones.
El urbanismo aparece como respuesta a estas necesidades que
las pequeñas, en principio, ciudades, requieren para hacerlas
habitables por el hombre. Para ordenarlas, planificarlas y hacerlas habitables.
La arquitectura y el urbanismo han evolucionado con la
sociedad y es reflejo de estas Sociedades que en gran parte están “asentadas”
en los productos que estas dos ramas de la actividad intelectual han generado a
través del tiempo.
Pues bien, a pesar del momento que vivimos, (o precisamente
por eso), quiero reivindicar la figura del arquitecto, ese agente social cuyo
prestigio ha sufrido distintos avatares a lo largo de la historia, aunque en mi
opinión en este momento está en uno de sus peores momentos, sino el peor.
También es cierto que los periodos de crisis son propicios para la creatividad,
los cambios y la evolución.
La valoración, el reconocimiento y el prestigio de este
oficio, y del de las personas que lo ejercemos están, creo, en uno de sus
peores momentos.
Es seguro que gran
parte de esta situación se deba a la poca capacidad de influencia del oficio en
la sociedad y sus agentes, provocando muy poco reconocimiento por parte de
éstos y por del público en general.
También es seguro que, como en todos los colectivos, no
todas las realizaciones de los arquitectos hayan sido ejemplares, pero si es
cierto que el nivel medio de los profesionales formados en nuestras Escuelas es
más que aceptable.
La sociedad no reconoce a quienes son los responsables de
diseñar, crear y hacer posible una de las necesidades básicas de la misma.
No vamos a comparar, hagan la prueba, el conocimiento que
tiene la gente de la calle en general de arquitectos, sean contemporáneos o
antiguos, incluso de obras importantes de arquitectura y no digamos de
urbanismo. Son mucho más reconocidos otros oficios como pintores, músicos,
actores, etc.
La arquitectura es una actividad que reúne una parte
importante de arte y otra no menos importante de ciencia, sin dejar de lado la
parte “de responsabilidad social” que conlleva su práctica, bien sea en el
ámbito del urbanismo o bien en el de la edificación o el diseño de cualquier
tipo. El arquitecto adquiere una responsabilidad por el hecho de influir,
generar y crear la ciudad o el “sitito” donde la sociedad se desenvuelve.
La responsabilidad social, que su actividad conlleva, es lo
que más destacaría en estos momentos de crisis, general, del oficio y del
sector productivo en particular.
Una de las diferencias claves entre los oficios de
arquitecto y los de escultor, pintor y otros, es la economía, la escala
económica de sus producciones, pero también la repercusión directa sobre la
vida de las personas, la privada (vivienda) y la pública (ciudad).
La influencia en la sociedad del oficio de arquitecto es innegable,
de manera que a través de su producción, aquel influye y conforma, en su
medida, la sociedad de su tiempo.
Es difícil encontrar otros oficios con tantas facetas
distintas y de tanta relevancia social, como la arquitectura. No
creo que sea fácil ejercer como arquitecto sin una vocación clara, una estima
al oficio que se desarrolla y la asunción de una responsabilidad social por lo
realizado.
Procuremos, pues, los arquitectos, exigirnos más, en pro de
aportar nuestro oficio a la sociedad y contribuir de manera notable a su mejora
y evolución, siempre desde una posición de sensibilidad para con las
inquietudes que la sociedad va teniendo, para satisfacerlas.
Dicho lo cual, procuremos también que la sociedad nos
corresponda con su reconocimiento, fruto de la exigencia y de la capacidad de
responder a las necesidades que nos plantean.
De esa manera conseguiremos un buen equilibrio entre
arquitecto, arquitectura y sociedad.
Valencia a 5 de noviembre de 2013 José Luis
Guillén Aparicio
Arquitecto
Una imagen de la figura del arquitecto muy socializada y humana. Gracias
ResponderEliminarSaludos